Las historias de amor en el cine suelen vendernos ideales románticos que rara vez se sostienen en la vida real. Sin embargo, Splitsville, dirigida por Michael Angelo Covino y Kyle Marvin, se ríe justamente de esas expectativas imposibles. Con un tono ácido y una estructura ingeniosa, la película convierte los enredos sentimentales en una sátira brillante sobre el caos emocional que define las relaciones actuales.
Aquí no hay príncipes azules ni finales felices, sino parejas confundidas, matrimonios abiertos, infidelidades descaradas y un desfile de contradicciones que, aunque exageradas, resultan dolorosamente familiares. El resultado es una comedia fresca y punzante que nos obliga a preguntarnos si acaso el amor moderno no es más que un contrato lleno de cláusulas absurdas.
¿De qué trata Splitsville?

La trama arranca cuando Carey (Kyle Marvin) descubre que su esposa Ashley (Adria Arjona) quiere divorciarse. En busca de consuelo, acude a su mejor amigo Paul (Michael Angelo Covino) y su esposa Julie (Dakota Johnson), quienes mantienen un matrimonio abierto. Lo que parece una conversación de apoyo rápidamente escala en una cadena de malentendidos, celos y relaciones cruzadas que ponen a prueba los límites de la fidelidad y la honestidad.
Lo que distingue a la película es su equilibrio entre la comedia física y el humor inteligente. Cada escena juega con lo ridículo de las emociones humanas: un gesto malinterpretado, un secreto mal contado, una confesión inoportuna. Todo se transforma en una bola de nieve de situaciones hilarantes que reflejan, en clave de sátira, las contradicciones con las que convivimos en la era de las “nuevas formas de amar”.
Una sátira del amor contemporáneo

Mientras la película muestra a los hombres como figuras inmaduras e inseguros, las mujeres son quienes realmente sostienen la historia (aún en medio de su propio caos). Dakota Johnson brilla como Julie, un personaje que combina frialdad estratégica con un impecable sentido del humor, mientras que Adria Arjona dota a Ashley de ironía, inteligencia y autonomía.
Más allá de los enredos románticos, Splitsville funciona como una parodia de nuestras ansiedades culturales sobre el compromiso. La estructura narrativa, dividida en capítulos que recuerdan a cláusulas contractuales, enfatiza lo absurdo de intentar formalizar lo incontrolable: el amor.
Michael Angelo Covino y Kyle Marvin no temen en mostrar a personajes que buscan controlarlo todo (desde los acuerdos de pareja hasta las reglas de sus matrimonios abiertos), solo para descubrir que la improvisación emocional siempre termina ganando. Lejos de sermonear, la película apuesta por la risa como un espejo incómodo y divertido de nuestras propias contradicciones.
Visualmente, la cinta también sorprende. Con largos planos secuencia y uso de la Steadicam, el director de fotografía, , Adam Newport-Berra, nos convierte en testigos incómodos de peleas, confesiones y encuentros apasionados.
Entre la risa y la reflexión

Si existe una moraleja, quizá sea esta: buscar el amor perfecto es tan absurdo como inevitable. Splitsville no pretende dar respuestas ni ofrecer soluciones mágicas, sino recordarnos que el caos también forma parte del juego.
La película se sostiene en un guion ágil, actuaciones brillantes y una puesta en escena que combina humor corrosivo con un ritmo visual envolvente. Es una comedia que divierte, incomoda y, al mismo tiempo, nos invita a reírnos de lo mucho que nos parecemos a esos personajes desorientados.
En definitiva, Splitsville es un desastre encantador: hilarante, crítica y sorprendentemente honesta. Una de esas películas que nos recuerdan que, por más contradictorio que sea el amor en la era moderna, siempre valdrá la pena arriesgarse a sentirlo.
